De la Rev. Monica Burns Mainwaring
Saludos, Diócesis Episcopal de Los Ángeles:
Estoy agradecida de poder acompañarlos en este camino de discernimiento, en el que juntos buscamos la voluntad de Dios para la Diócesis Episcopal de Los Ángeles. Los he tenido presentes en mis oraciones durante mucho tiempo. Gracias por elegirme para formar parte de esta lista.
Mi madre cuenta, que yo estaba tan ansiosa por llegar al mundo, que apenas logró llegar al Hospital Verdugo Hills en Glendale. Mi ministerio vocacional durante los últimos veinticinco años y como sacerdote ordenada en la Iglesia Episcopal en los últimos diez, ha tenido igualmente un sentido similar de urgencia por la Iglesia y su futuro.
Nos veo en un momento liminal, es decir, un tiempo entre lo que fue y lo que aún está por revelarse. Nuestras estructuras y patrones familiares nos han llevado al declive, y nos hacemos preguntas sobre la viabilidad y la sostenibilidad. Aunque percibo que hay en la Iglesia una gran cantidad de pérdida, dolor y temor, también percibo una gran cantidad de curiosidad, esperanza y expectación sincera en la EDLA sobre lo que Dios podría hacer entre nosotros.
Imagino que en los años venideros, si permanecemos abiertos y fieles, Dios podría llamarnos tal como llamó a Abraham y a tantos otros de la gran nube de testigos, para pedirnos que vayamos a una tierra que Él nos mostrará. El Espíritu Santo trazará para nosotros un camino aún desconocido. Como digo en mi respuesta a su pregunta sobre mi visión para la diócesis, tengo la intuición de que este camino nos llevará más allá de nuestras iglesias, y nos exigirá ser ágiles y adaptables, mientras buscamos conectar con las personas y los problemas fuera de la Iglesia. Nuestro propósito es hacer brillar la luz del Evangelio sobre un mundo que necesita esperanza.
En su perfil diocesano y en las conversaciones que he mantenido con su Comité de Búsqueda de Obispo, han articulado bien el camino que han recorrido desde que su primer obispo, Joseph Johnson, llegó a Los Ángeles en 1896 exhortándoles a «no temer». Cada vez que Jesús y los mensajeros de Dios llegan con ese imperativo —«no teman»— piden algo valiente e importante por el bien del reino de Dios venidero. Sería prudente que confiáramos, como ellos lo hicieron, en que no tenemos que saber adónde vamos para permanecer fieles a Aquel que nos llama.
Mi padre, que nació y se crió en Siler City, Carolina del Norte, llegó a Los Ángeles a través de la Marina, que lo llevó primero a Japón, luego a California, donde se quedó. Mi madre, una inmigrante lituana nacida en un campo de refugiados en Alemania, llegó a la UCLA como estudiante universitaria después de pasar su adolescencia en el norte de California. Mi padre, que nunca vio a alguien como un extraño, y mi madre que era incansable, ya que siempre había trabajo que hacer o aventuras que vivir. Al elegir Los Ángeles como su hogar, me regalaron el contexto regional donde Dios me encontró y yo encontré a Dios. Estoy agradecida por el patio de recreo de la escuela primaria R.D. White, donde tuve mi primera experiencia mística amateur, y por Manhattan Beach, donde aprendí a orar mientras nadaba, y practiqué este don en el lago Mojave y el lago Havasu, las frías aguas del lago Arrowhead, mientras intentaba surfear en San Clemente y en muchas piscinas públicas. Me formé en este lugar que amo y llamo mi hogar.
Deben saber que también me formó la Iglesia, aunque mi familia pasó por diferentes denominaciones: primero católica, luego metodista, luego presbiteriana. El ecumenismo sigue siendo parte de mí. Convertirme en episcopal fue una elección que tomé a finales de mis veintes, cuando descubrí la buena liturgia y la «amplitud» de la tradición anglicana, primero como estudiante de posgrado en la Escuela de Teología Harvard, después de haber trabajado a tiempo completo en el ministerio juvenil de una gran iglesia interdenominacional inmediatamente después de graduarme de la Universidad de California en Davis. Pasemos rápidamente hasta los ministerios, laicos y ordenados, en las iglesias, escuelas y campamentos de la Iglesia Episcopal, y el ministerio hospitalario. Todo ello mientras disfrutaba de un matrimonio muy feliz con Simon, un inglés que también es sacerdote episcopal, y tres hijos encantadores, ahora adolescentes, el mayor de los cuales es estudiante de primer año en la universidad. Nos hemos mudado por todo el país, sirviendo en diócesis de ambas costas. Esa experiencia de la amplitud de la Iglesia Episcopal a nivel nacional y las prolongadas visitas a diversas partes de la Comunión Anglicana en el extranjero han ampliado mi imaginación sobre lo que es posible en la Iglesia de Cristo.
Trabajo muy duro al servicio de la Iglesia, ahora en la Diócesis Episcopal de Atlanta, primero como vicaria de la Iglesia Common Ground, por su nombre en inglés, una iglesia al aire libre con personas que viven fuera, y ahora como rectora de San Martín en los Campos, una parroquia de la ciudad con una escuela hasta octavo grado y un gran centro de divulgación. Trabajo duro, pero también me divierto mucho, hago ejercicio con regularidad y descanso bien saliendo al aire libre o pasando tiempo con mi familia. La oración es parte importante de mi vida, y me sostiene en el ministerio. En la parroquia en la que sirvo actualmente, hemos creado juntos varias oportunidades para que las personas laicas desempeñen un papel central en el ministerio y hemos establecido una nueva comunidad de culto que ha aportado vitalidad y jóvenes a la iglesia. Hemos navegado por la complejidad de la relación entre la iglesia y la escuela, aportando salud, claridad y transparencia. Estamos concluyendo una campaña de recaudación de fondos y la parroquia ha logrado la sostenibilidad financiera.
Por muy feliz que esté en mi función actual, he sentido el llamado del Espíritu Santo, que me ha traído por el camino hasta llegar a este momento. Me ofrezco, junto con los demás candidatos, y estoy profundamente agradecida por este tiempo de discernimiento mutuo. Espero con ilusión poder acompañarlos en octubre y los tengo presentes en mis oraciones, al igual que les pido que oren por mí y por mi familia.
Fielmente,
Mónica