A number of our siblings around the Episcopal Diocese of Los Angeles have asked about “communion to go” – the consecrated host served to those driving up in their cars, with rigorous protocols observed. The idea is to enable our people to stay fully connected to their faith, their church, and one another through the power of the sacrament.
For now, however, I ask that our churches not offer this ministry. Everything we hear from government and other experts is that self-isolation is the only way to control the pandemic, protect those most at risk, and prevent our medical system from being overwhelmed. It is up to us leaders in the church to model for our people by not encouraging them to leave their homes unless necessary.
We must also bear in mind that we still don’t know enough about the rate of infection. Neither ministers offering the sacrament nor the faithful arriving to receive can say for sure that they are not infected.
Our Lenten practice and Anglican traditions can be sources of comfort during these weeks when we are separated physically from the consecrated bread and wine. As our Lord and Savior Jesus Christ willingly gave himself up for all creation, we are making a sacrifice of our beloved, accustomed practices for the sake of our neighbor.
My personal experience is perhaps applicable. At age 65, I have been asked to self-isolate, not principally because experts assume I am sick but because I am among those most at risk for serious illness if infected. As with many others in the same situation, it is hard for Kathy Hannigan O’Connor and me not to be able to see our children and grandchildren, visit with friends, or go to work.
But these are not times for self-pity or resentment. In my prayers, I reckon my self-isolation as a gift in the name of my God in Christ, offered in thanksgiving for hundreds of millions of my fellow citizens whose lives are being radically transformed for the sake of protecting those most at risk. I construe my separation from the physical sacrament the same way.
Besides, the church teaches that temporal isolation cannot constrain the sacrament’s ineffable power. Calling us to “massive, corporate, spiritual communion,” Presiding Bishop Michael B. Curry has recommended that we rely on our tradition of Morning and Evening prayer for our on-line services. If instead you offer your people an on-line service of Holy Eucharist, he recommends including these words in the liturgy:
THE INVITATION TO HOLY COMMUNION
A spiritual communion is a personal devotional that anyone can pray at any time to express their desire to receive Holy Communion at that moment, but in which circumstances impede them from actually receiving Holy Communion.
The presider invites the following prayer to be said by all:
My Jesus, I believe that you are truly present in the Blessed Sacrament of the Altar. I love you above all things, and long for you in my soul. Since I cannot now receive you sacramentally, come at least spiritually into my heart. As though you have already come, I embrace you and unite myself entirely to you; never permit me to be separated from you. Amen. (St. Alphonsus de Liguori, 1696-1787)
Please don’t hesitate to write or call if you have any questions. May the Spirit of the risen Christ continue to guide and protect you as you comfort and care for the people of God, during this crisis and in all the days ahead.
The Rt. Rev. John Harvey Taylor
VII Bishop of the Diocese of Los Angeles
Directiva del Obispo Taylor: Comunión para Llevar
Varios de nuestros hermanos y hermanas alrededor de la Diócesis Episcopal de Los Angeles han preguntado acerca de la”Comunión para Llevar”, es decir, servir la Hostia consagrada a los que conducen en sus coches usando rigurosos protocolos de sanidad. La idea de esto es permitir que nuestro pueblo permanezca plenamente conectado con su fe, su iglesia y unos a otros por medio del poder del Sacramento de la Comunión.
Por ahora, sin embargo, pido que nuestras iglesias no ofrezcan este ministerio. Todo lo que escuchamos del gobierno y otros expertos es que el autoaislamiento es la única manera de controlar la pandemia, proteger a los más vulnerables, y evitar que nuestro sistema médico se vea saturado. Depende de nosotros, los líderes de la iglesia, ser ejemplos para nuestro pueblo al no alentarlos a abandonar sus hogares a menos que sea necesario.
También debemos tener en cuenta que todavía no tenemos información suficiente sobre la tasa de infección. Ni los ministros que ofrecen la Santa Comunión, ni los fieles que llegan a recibirla pueden decir con certeza que no están infectados.
Nuestra práctica Cuaresmal y las tradiciones Anglicanas pueden ser fuentes de consuelo durante estas semanas en las que estamos separados físicamente del Pan y el Vino consagrados. Como Jesucristo, nuestro Señor y Salvador, se entregó voluntariamente por toda la creación, estamos haciendo un sacrificio en nuestras prácticas amadas y tradicionales por el bien de nuestro prójimo.
Mi experiencia personal es tal vez aplicable. A los 65 años, se me ha pedido que me auto-aísle, no porque los expertos asuman que estoy enfermo, sino porque estoy entre los que corren más riesgo de contraer enfermedades graves si son contagiados. Al igual que muchos otros en la misma situación, es difícil para Kathy Hannigan O’Connor y para mí no poder ver a nuestros hijos y nietos, visitar a nuestros amigos, o ir a trabajar.
Pero estos no son tiempos para la autocompasión o el resentimiento. En mis oraciones, considero que mi autoaislamiento es un don en el nombre de Dios en Cristo, ofrecido en acción de gracias por cientos de millones de mis conciudadanos cuyas vidas se están transformando radicalmente con la intención de proteger a los más vulnerables. Puedo interpretar mi separación de la Santa Comunión de la misma manera.
Además, la iglesia nos enseña que el aislamiento temporal no puede restringir el poder inefable de la Santa Comunión. Llamándonos a la “comunión masiva, corporativa y espiritual”, el Obispo Presidente Michael B. Curry ha recomendado que confiemos en nuestra tradición de Oración Matutina y Vespertina para nuestros servicios en línea. Si en cambio deciden ofrecer a su pueblo un servicio en línea de la Santa Eucaristía, él recomienda incluir estas palabras en la liturgia:
LA INVITACIÓN A LA SANTA COMUNIÓN
Una comunión espiritual es una devoción personal que cualquiera puede decir en cualquier momento para expresar su deseo de recibir la Santa Comunión, pero en donde las circunstancias les impiden recibir realmente la Santa Comunión.
El Celebrante invita a que todos digan la siguiente oración:
Dios mío, creo que estás verdaderamente presente en el Santísimo Sacramento del Altar. Te amo por encima de todas las cosas, y anhelo que estés en mi alma. Puesto que ahora no puedo recibirte sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Como si ya hubieras venido, te abrazo y me uno enteramente a ti; nunca me permitas separarme de ti. Amén. (San Alfonso de Liguori, 1696-1787)
Por favor, no duden en escribir o llamar si tienen alguna pregunta. Que el Espíritu de Cristo resucitado los siga guiando y protegiendo a medida que ustedes consuelan y cuidan del pueblo de Dios, durante esta crisis y en todos los días venideros.
El Reverendísimo John Harvey Taylor
VII Obispo de la Diócesis de Los Angeles